Historia de María

Tenía unos 45 años cuando me diagnosticaron cáncer de mama en una exploración rutinaria.
El médico me dio la noticia y me citó para más pruebas.
Llegue a casa, aún en shock l, y no dije nada a mi marido ni a mi hijo de 8 años de edad porque ni yo misma aún me lo creía.
Esa noche tuve pesadillas muy vividas.
Soñé que un monstruo que echaba fuego me perseguía por una cueva y, al ir corriendo hacia el interior de la cueva, el monstruo ya no podía atraparme. La cueva se iba estrechando y estrechando, así que él no podía pasar, pero yo tampoco podía retroceder ya que el monstruo esperaba paciente. Así que, no me quedó otra que avanzar mientras la cueva se estrechaba hasta que yo misma no cabía en ella.
Sin esperanza de salir de allí comencé a chillar y fue cuando mi marido me despertó.

Me preguntó qué me pasaba y le quité importancia.
Durante días estuve ocultando mi diagnóstico a mi marido mientras buscaba en internet soluciones y tratamientos.
Al principio no entendía nada de nada y las palabras médicas que me eran tan ajenas me confundieron aún más.
Llegó la cita médica y el médico me recomendó tratamientos convencionales para el cáncer de mama avanzado, como quimioterapia y radioterapia.
Era el momento de comunicárselo a mi esposo.
Llegue a casa y mandé a Misha a dormir a casa de un amigo para poder estar a solas con Ivan y poder comunicarle mi diagnóstico y tratamiento.
Ivan no reaccionó ante la noticia, sobre todo porque traté de ser optimista y comentarle los tratamientos a los que ya había dicho que sí y que comenzarían en breve.
Primero fue la radio. Duró un mes aproximadamente.
Después vino la quimio, los peores 4 meses de mi vida.
Mi aspecto físico se deterioró bastante y perdí pelo, sin embargo, la progresión de mi enfermedad continuó, y mi médico sugirió dejar el tratamiento y buscar opciones más avanzadas en otro país. 

Él me mostró un servicio de consultoría médica. Este servicio ofrecía traductor médico y un servicio de consultoría online donde, por un precio razonable, podía tener un diagnóstico y propuesta de tratamiento solo mandándoles las pruebas y tratamientos que ya había hecho. Prometían dármelo todo en mi idioma y en un lenguaje que yo pudiera comprender.

Me llevé la información a casa y lo consulté con mi marido Ivan, el cual investigó en internet los comentarios y reseñas de esta consultoría. Encontró especialistas de renombre y muy buenas críticas, así que nos animados a contactarles. 

Mandé todo mi historial médico por email y, a los pocos días, me dieron cita para hablar con el doctor con un traductor médico en mi idioma.

El doctor me dio mucha esperanza y me habló de tratamientos más avanzados. 

Esto incluía terapias dirigidas específicamente a las características moleculares de mi cáncer, así como inmunoterapia, que estimula el sistema inmunológico para combatir las células cancerosas. Además, disfrutaría  de técnicas de medicina de precisión, que permitierian a los médicos identificar y abordar las mutaciones genéticas específicas en mi cáncer.

Tambien recibiría un apoyo integral, que incluíria atención psicológica, nutricional y física. Este enfoque holístico ayudaría a fortalecer el cuerpo y la mente durante el tratamiento.

Este tipo de atención no solo no existía en su país de origen, sino que aún siendo tratamientos  menos avanzados eran mucho más costosos que en Barcelona. 

Ivan y yo no lo dudamos y pedimos presupuesto, información sobre el tiempo que debíamos estar en la ciudad, alojamiento, transporte y traducción.

La empresa de consultoría no cobraba ningún honorario del tratamiento médico, solo de la traducción y la asistencia, en caso de necesitar a alguien las 24 horas, ni siquiera cobraban por buscarme alojamiento o transporte. 

Parecían una gente fantástica pero aún así Ivan y yo decimos informarnos directamente con la clínica y descubrimos que decían la verdad. El precio era el mismo contactando con la clínica que usando la consultoría de intermediario, con la ventaja de que la consultoría nos hacía el seguimiento y nos daba el asesoramiento para que nuestra estancia fuera lo más cómoda posible, sin olvidar un traductor especializado en términos médicos que podía explicarlos todo a un nivel que pudiéramos entender.
Ya no nos quedaba nada que saber, así que planeamos para hacer la primera visita y comenzar el tratamiento en Barcelona sin dilación.
Sacamos los billetes y en una semana estábamos allí.
La empresa vino a recogernos y el chófer nos llevó a la clínica. La temperatura era perfecta y hacía mucho sol. Me sentí esperanzada. 
La clínica era preciosa, situada en la parte alta de la ciudad, unas magníficas vistas.
El traductor médico nos esperaba y el doctor nos atendió puntualmente y en solo unos pocos minutos de estar allí supe que me iba a recuperar.
Nos explicó la simpleza del tratamiento y me dio unas pautas de alimentación, descanso y ejercicio. 
Estuve en Barcelona una semana siguiendo el tratamiento y las pautas nutricionales y después debía volver al cabo de un mes. 
Así lo hice, una semana al mes en Barcelona durante 4 meses. Me sentía tan bien que incluso, en una de las visitas, nos llevamos a nuestro hijo para que disfrutara de la cálida temperatura, el sol, la comida y las playas de Barcelona. Parecían más unas vacaciones que un tratamiento para una enfermedad mortal. 
Al cuarto mes, el doctor me dio las buenas noticias. Mi cáncer había remitido. Sentimos gran alivio pero echaría de menos aquella ciudad. 
La buena noticia es que debía venir una vez al año para un chequeo rutinario, así que decidimos que esas serían nuestras vacaciones anuales.
Entre lágrimas, di las gracias al personal médico y la consultoría ya que sin ellos nada de esto habría sido posible. Me trataron como a una princesa y me llevaron de la mano todo el camino. No solo se preocuparon de mi estancia y de que tuviera los mejores médicos, sino que hicieron mi estancia tan agradable que me sentí de vacaciones en lugar de enferma. Esta parte ayudó mucho a mi recuperación ya que en vez de sentirme maldecida me sentí afortunada. 
Después de 3 años, mi cáncer no ha vuelto y llevo una vida maravillosa. Mi marido, mi hijo y yo hemos conocido, no solo la ciudad de Barcelona, también sus maravillosas playas y hemos  disfrutado de todo lo que Barcelona podía ofrecer. 
A veces pienso que el destino puso en mi camino esta enfermedad para que valorara más la vida y a mi familia y para que descubriera un lugar donde ahora me siento feliz y a salvo.
 
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